Una bomba cayó en un pueblo por donde pasaba un día, en un sueño malo de esos a los que llamamos pesadillas. Y en los que a veces nos vemos y luego perdemos la pista si en fin no ha pasado nada. Pero antes, segundos después de los truenos, nos vemos por allí, corriendo y escondiéndonos por donde podemos, metiéndonos hasta en los huecos del cenicero abierto. Con nuestras caras pálidas y ensangrentados los nervios; y solo pidiendo volver a verlos cuando pasen los tormentos. Cuando el mal rato no sea más que un reflejo de pensamientos engatusados que en la realidad nadie olvida. O con él, cargado en trizas gritando por la avenida, muerto en vida y sin poder hablarnos. Y ahí quedamos bajo el polvo y la metralla, borrados del no te vayas; y excomulgados de Mañanas Mágicas.
Si en el diccionario hay palabras ninguna se asigna a esta estampa, la he buscado y nadie habla ni en los más recónditos condados donde se cuentes historias sabias, extrovertidas o hilarantes. Por eso quiero que lean esto, aunque luego no les diga nada. Y si desean, pues partan, que palabras siempre hay tantas que hasta podríamos inventarlas, todas compuestas con letras, porque con números nos fallan. Esta es la historia de marras, y he aquí sus protagonistas:
Hablo de un niño hipotético que podría ser nuestro hijo más pequeño, de un ciudadano genético que muere sin haber comprendido por qué se fajan los más viejos. Que con la explosión y el ruido se quemó como madero, que han cortado del camino por donde lo habían plantado. Y de esos padres, sin ellos, por todo el jardín jugando. Que al creer se sienten perdidos, justo después del entierro, cuando realizan que han muerto. Que ya no queda más nada del aquel antaño del alma.
Que ahora se secan las ramas y que el árbol mudo anda, con la sonrisa excluida y con el alma fría y sin lágrimas, fundida en nieve y escarcha. Hielo y piedras que se tiran sin merecerlas sobre un cuerpo que no habla. El pelo ya no se estira y por detrás siente a caca, pues solo de dolor se jacta. Y el calor del túnel anda desafiando a las sonrisas, no vuelven más pues son tímidas; y nadie puede forzarlas… Voy a derretirlas; y basta…
Para pasar a la otra parte de esta estampa:
Una epidemia de neblina cubre otra parte del sueño y no deja ver la venida. Una dama que conduce un Fiat negro, ha bebido como los imprudentes, justo después que su esposo la tirara por los moños y la dejara en el suelo. Y que sin pensar a un que viene, se fue a olvidar su desdicha a casa de unas amigas. Y olvidó, como esos tontos de jueces que no admiten que Don accidente espía, y que sale por cualquier esquina; solo embriagarse de sonrisas, para quedar bendecida por la dicha. Y se perdió en la avenida que nos apresa en sus prisas hasta en las maquinas más lindas; y detrás venia su hija, pobrecita….
Y entre la niebla y las ruinas de ruedas, veo un hospital que se infarta como en una tarde de aguas por la autopista apurada. Espero a que la puerta se abra para comprender lo que pasa. La Viuda y el viudo atacan, pues les han devuelto las cenizas de sus almas mal amadas, aun mugrientas y mojadas, y diríamos que pestilentes. Y enlutados se reprochan sus derivas, pues han causado un holocausto que los ha dejado sin familia, sobre todo sin sus hijos que tanto amaban. Y los huérfanos de padres cantan a la indolencia de la adolescencia mundana que en la vejes nunca acaba, a ellos, los quisieron tanto como a nadie y los recordarán por siempre como a nada. Así se comprenden los desaires. Y se aceptan incluso los momentos en que los viejos no le hablaban, esas torpes noches en que llegaban tarde.
La estampa se queda frígida cuando la ambulancia llega a la puerta de la sala de esperas, cuando ya es tarde para tantas prisas. La madre llora perdida como he dicho al describirla; pero la niña extinta se refría y no le vuelve la vista. La madre llora indecisa antes de llamar al padre, los dos perdieron la riña y la única hija que tenían. Que se ha marchado a la deriva, con unos Ángeles que silban.
¡Esta no fue más que otra historia frustrada de esas que el mundo invanden! Y no sigo porque hay tantas que no vale la pena mentarlas.
Y ahora vengo a preguntarles: ¿Cómo llamar a esos padres?
¿Por qué la razón perdida no lleva un nombre elocuente, que sirva para distinguir como quedan los padres que han perdido su esencia y el fruto de sus delicias? ¿Por qué no existe en las letras un término vuelto a su génesis, que rompa con este esquema? ¿Por qué, si los hijos mueren y los padres sufren de pena? ¡Y luego pasan revista, pensándolos todos los días! ¡Porque ese luto nunca termina; y se eterniza en sus vidas!
No los llamo pedoncables porque la palabra rime y le sirva a mi poesía. He hecho una mezcla de ciencias con popular de la calle, que sirva a todas las lenguas. Y si alguna duda les queda los invito a pediatría. Donde hay camas llenas de cables y de cabezas vencidas, con niños que pierden la vida por mil razones distintas. Porque la razón que me lo inspira ha dejado que mis sentimientos hablen, en nombre de esos padres sin dicha. Y desde hoy la ingreso al almanaque de mi diccionario errante. Hasta que vuelva otro día, con otra historia delirante; que recordará está misma.
Yo los llamo pedoncables, justo así, porque me tienta la estima el cantarle a la filosofía, porque palabras que digan no deben ser corregidas. Porque lo humano no calla, ni olvida a esas almas lindas que a toda hora presagian, mientras juegan a la vida en desiertos donde hay aguas; vanas y todas podridas. Hoy he querido expresar mi dolencia por quienes pierden los cables cuando algún hijo los deja; porque ellos parten el mundo en dos partes:
Aquí abajo, cuando en la tierra lo entierran. Y allá arriba, cuando en el cielo los ven que arden.
YO, LOS LLAMO “PEDONCABLES” !USTEDES JUZGUEN MI FIRMA, DANDOLE A VUESTROS HIJOS DICHA!
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Narrativa